Así fue o podría haber sido

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¿Habéis recibido alguna vez un mensaje de WhatsApp de alguien que no conocéis? ¿Nunca? Un chico me había conocido en una discoteca y quería volver a verme. Le había dicho que me llamaba Susan. Y ahí le tenías, buscando a Susan desesperadamente. Estuve a punto de llamarle y quedar. Pero resulta que nos habíamos visto en un garito de Houston. Claro, ahí teníamos un problema. Típico de Houston. El caso es que, como ya sabéis, yo no me llamo Susan y nunca he estado allí (eso no lo sabíais). Así que tuve que declinar la oferta. En otra ocasión me escribieron para comprarme un reloj. Que yo al mío le tengo mucho cariño, pero es que me ofrecían 10.000 francos suizos. Lástima que no tengo ningún Rolex a la venta. Otros me escriben para cambiarme de compañía. Con lo que me gusta a mí la compañía que tengo. Que no les cambio por nada del mundo. Buena gente, amigos de sus amigos y siempre están ahí. O aquí. Según el momento. Ya me entendéis. Pero esta semana, me pasó una cosa notable. He

Pase sin llamar

 Ya os hablé hace poco de los peros. Esos pequeños cabrones que joden muchas frases. Yo no quería, pero… Le comprendo perfectamente, pero…, tiene usted razón, pero.


La historia que os voy a relatar es un SÍ, PERO de libro. Pero (qué me gusta la palabra) no os la voy a contar yo. Y esta vez es cierto que no escribo yo. Ni Mariló o Calatrava, ni mi primo americano, ni Ana Botella. Os daréis cuenta inmediatamente porque está muy bien escrito.  


La explicación es la siguiente. Isabel Blas, amiga escritora y seguidora de este blog (no le preguntéis por qué, no vaya a ser que deje de leerlo), me envió un correo adjuntando un par de cartas dirigidas a la Seguridad Social. Me comentaba que quizá podría utilizarlas en el blog y escribir sobre el tema. Yo, que soy rebelde porque el mundo me hizo así, no voy a hacer caso a Isabel y prefiero publicarlas (eliminando direcciones de la carta y fecha) tal cual me las ha enviado ella.

Al principio pensé en “ficcionar” (no confundir con friccionar. A este blog se viene duchado de casa y con el resto de deberes hechos) las cartas y darles una vuelta, pero “pensuve”: Si no está roto, no lo toques. Lo que quiero decir es que si no voy a mejorarlo, mejor lo dejo como está.


Las cartas en cuestión:

Primera carta de Isabel a las autoridades correspondientes.
Hace ya tiempo
Dra. Pancorbo
Coordinadora de Admisión
Hospital Universitario de la Princesa

Dª. Esperanza Aguirre
Presidenta Comunidad de Madrid

Señoras:

Hace unos días me vi en la necesidad de cambiar la fecha de consulta que tenía con un especialista del Hospital de la Princesa, para lo cual, dispuesta con todos los datos correspondientes a número de H.C., número de cita, nombre del médico, fecha, hora, etc., telefoneé al hospital solicitando dicho cambio. Por una empleada —sumamente amable, nada que objetar con respecto a ella— fui informada de que era imposible efectuar dicho cambio por teléfono. Era necesaria mi presencia física en el hospital para acceder a mi petición.

Inútil resultó indicar a tan amable empleada las muchas situaciones que podían darse (yo trabajaba en horario partido, no tenía suegros, madre o tíos con quien dejar a los niños, estaba en esos momentos pasando por un proceso febril que me mantenía en la cama o carecía de vecinos amables a quienes acudir en petición de ayuda) para que cambiar una cita resultara, no solamente un trabajo molesto (deje usted de ir esa tarde a la reunión de padres de alumnos del colegio de su hijo), sino casi imposible (levántese de la cama y salga a la calle con el diluvio que está cayendo) y hasta costoso económicamente hablando (deje de trabajar una mañana, que le será descontada de su sueldo o verá mermadas sus vacaciones en un día). Inútil, repito.

Desbaratas las opciones anteriores con un “lo comprendo, señora, pero son las normas”, al menos pude conseguir una ¿explicación? de por qué era imposible, en el siglo de las telecomunicaciones (el hombre llegó a la Luna, podemos enviar nuestra declaración de la renta por Internet, sabemos cuántos minutos va a tardar en llegar nuestro autobús enviando un simple SMS...) cambiar una cita por teléfono: ¡¡la culpa era nuestra!!

La sufrida empleada me explicó —insisto, amabilísima y pacientísima con mis largas peroratas de incomprensión— que muchos pacientes cambiaban su cita y luego no recordaban que lo habían hecho, con lo cual se presentaban el día de la cita que figuraba en el papel que les había sido entregado y había lío. ¡¡Acabáramos!! Además de pacientes de cualquier especialidad de la que quisiéramos ser tratados, deberían apuntarnos en la de Psiquiatría o Psicología. Los pacientes no sabemos lo que hacemos y le buscamos las cosquillas a la Seguridad Social. Solución: pierda usted una mañana de trabajar (le cueste lo que le cueste sobrellevar el cabreo de su jefe o la doble jornada para sacar su trabajo adelante al día siguiente) o deje a los niños con su suegra (a quien a partir de ahora le deberá un favor y ya se encargará ella de recordárselo de vez en cuando) o cargue con los niños (cochecito incluido) que querrán ir al parque y se pasarán el rato lloriqueando o molestando a los demás pacientes y váyase al hospital a cambiar su día de cita. Eso, si es que puede usted subir el cochecito por los escalones de entrada al hospital y consigue acceder al único ascensor que funciona actualmente, dadas las obras de reforma que se están realizando. Pero ¡qué importa! para eso es usted mujer-trabajadora y mujer-madre, además de mujer-paciente, y está usted hecha con el material del que se hacen los cimientos de las casas: de cemento armado.

Parecía que habíamos avanzado tanto en todo, ¿verdad? Pues no. Sólo en casi todo... Internet es un mundo mágico que nos convierte en una aldea global donde podemos hablar con nuestras antípodas. Se opera a los pacientes sin casi tocarlos ni abrirlos. Se compran entradas de espectáculos sin aparecer por la taquilla. Recibimos fotos de nuestros nietos, noticias de actualidad, mensajes de amor, datos de nuestras inversiones, canciones tontas, programas de televisión y radio en unos aparatitos así de chiquititos, sin más que apretar algún que otro botón. Pero si queremos cambiar una cita de un especialista debemos arrastrar nuestro no importa si tullido cuerpo hasta la cola (¡sí! ¡sí! la cola, siempre y en cualquier momento...) y aguardar con resignación cristiana o con periódico gratuito, hasta el momento de poder decir: “Señorita, yo sólo quería una cosa tan sencilla como cambiar la fecha de mi cita...”. Ya sabe que, además, por mala, la espera, ahora, se puede prolongar... ¡Qué importa eso! Usted sale del hospital con su nuevo papel de cita más contenta que unas castañuelas. Le ha solucionado usted sus problemas burocráticos a la Seguridad Social. Se puede obsequiar a sí misma hasta con un terrón de azúcar.

¿Qué quieren? Yo protesto por ello. Aún en el supuesto de las posibles molestias que se puedan originar, creo que, puestos en la balanza, deben pesar más los beneficios de la rapidez, la eficacia, la eficiencia y la sencillez de poder hacer esa gestión por teléfono, que todo lo demás.

Y quería decírselo a ambas. A la Dra. Pancorbo como responsable (me dieron como tal su nombre) de estas normas y a la Sra. Aguirre como responsable de una sanidad madrileña que, como ve, es absolutamente mejorable.
Atentamente,
Isabel Blas


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Segunda carta de Isabel a las autoridades “impertinentes”

Hace menos tiempo
Dra. Pancorbo
Dª. Esperanza Aguirre

Señoras:

Pues nuevamente aquí —algo que ni yo pensaba—, para contarles una segunda parte del asunto éste de las citas de especialistas... iba a decir telefónicas, pero claro, no, de las citas no telefónicas.

En mi primer relato, les conté que tuve que cambiar mi cita a mi especialista. Finalmente hecho. Acudí a mi especialista. Felizmente hecho. Y ella me dijo que me vería nuevamente en el mes de julio. Nada que objetar a la fecha. Mi revisión es así siempre, aproximadamente cada tres o cuatro meses. Me despedí de ella deseándole feliz primavera y me dirigí a la Unidad de Citas a patita a pedir mi nueva cita en persona, sin teléfonos ni líos por medio. Más contenta que unas castañuelas iba yo en esta ocasión cumpliendo el protocolo médico a rajatabla. En persona. Sorteando las dificultades de las obras, teniendo que bajar a pelo la escalera con mi pierna medio coja porque los ascensores están colapsados, debiendo esperar una cola de varias personas hasta llegar a la ventanilla, pero nada de ello me importaba. Iba en persona a conseguir una nueva cita de especialista.

¡¡Pues tampoco pude!!

¿Quieren saber cuál fue ahora el problema? Se lo cuento, no se preocupen. Sucede que, en el mes de abril, el ordenador de la Unidad de Citas no tiene metido en su programa el mes de julio y no se pueden dar citas para dicho mes (cosa rara rara donde las haya, puesto que en los hospitales lo más lógico es que las fechas de citas se dilaten bastante y deberían tener programa para los próximos dos años). La solución que me dio la amable operadora —que digo amable, amabilísima— es que volviera aproximadamente a finales de mayo. Pero, claro, que volviera en persona.

Por aquello de reírme yo sola un poquito más (para mí era un día feliz dado que mis diagnósticos eran buenos y parece ser que viviré muchos años más) le pregunté si podía llamarla por teléfono, pero ahí la amabilidad continuó pero la negativa también: no, no podía. Tenía que ir personalmente.

Hace unos días estuve en la Tesorería de la Seguridad Social y leí que hasta los ingresos se podían hacer vía TDT (¿qué será el TDT?) y aparecían en el anuncio cables, pantallas, ordenadores. Algo muy moderno, sin duda, modernísimo. Y en el periódico vino que los médicos van a atender ¡¡por móvil!! algunas consultas (algo lógico si se piensa que ya operan por televisión). Seguí buscando en el periódico a ver si, mientras tanto, había hecho efecto mi carta y ya se podían hacer o cambiar las citas de los especialistas por teléfono. Pero llegué al sudoku sin encontrar nada más.

Así es que les escribo de nuevo. Ya saben. Mi protesta. Otra vez. Enérgica y ambiciosa. La muy tonta (mi protesta, digo) no pierde la esperanza de que podamos (ella y yo) conseguir nuestro objetivo.

Muy atentamente,
Isabel Blas

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¿Qué os dije? ¿A que merecía la pena?

La historia está basada en hechos reales y ningún animal (ni del Hospital, ni de Sanidad, ni de la Comunidad de Madrid) fue lastimado durante los hechos relatados.

PS: No deseamos mal a nadie, pero ojalá algunos de ellos tengan que pasarse semanas haciendo gestiones mientras suena un disco (el mismo siempre) de villancicos cantado por la Tuna.



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