Así fue o podría haber sido

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¿Habéis recibido alguna vez un mensaje de WhatsApp de alguien que no conocéis? ¿Nunca? Un chico me había conocido en una discoteca y quería volver a verme. Le había dicho que me llamaba Susan. Y ahí le tenías, buscando a Susan desesperadamente. Estuve a punto de llamarle y quedar. Pero resulta que nos habíamos visto en un garito de Houston. Claro, ahí teníamos un problema. Típico de Houston. El caso es que, como ya sabéis, yo no me llamo Susan y nunca he estado allí (eso no lo sabíais). Así que tuve que declinar la oferta. En otra ocasión me escribieron para comprarme un reloj. Que yo al mío le tengo mucho cariño, pero es que me ofrecían 10.000 francos suizos. Lástima que no tengo ningún Rolex a la venta. Otros me escriben para cambiarme de compañía. Con lo que me gusta a mí la compañía que tengo. Que no les cambio por nada del mundo. Buena gente, amigos de sus amigos y siempre están ahí. O aquí. Según el momento. Ya me entendéis. Pero esta semana, me pasó una cosa notable. He

¿Y si los políticos se pasaran por Carabanchel?


Cuando empecé a escribir en el blog me propuse no hablar de ciertas cosas, como por ejemplo el fútbol, religión o política. Pero ya sabéis cómo son estas cosas, que la noche te confunde, y al final te hacen hablar aunque no quieras.
De fútbol ya os he hablado alguna vez, de religión también un poquito, y hoy os voy a hablar sobre los políticos, no de todos, sólo de algunos. Prometo que termino rápido.
¿Vamos allá? No te duermas Ángela, que esto va también contigo. 
Antes de nada os tengo que explicar que Carabanchel es un barrio de Madrid  que hace muchos, muchos años fue un municipio independiente de la capital. Durante más de 55 años hubo una cárcel, que en un gran alarde de originalidad, se le llamó cárcel de Carabanchel.
Allí pasé mis primeros años, en el barrio, no en la cárcel, y en Carabanchel aprendí muchas cosas (seguimos hablando del barrio, todavía no he ido a la cárcel). Algunas malas, otras malas y muchas, muchas buenas. Hoy os voy a contar una de las mejores que aprendí. Pero vamos ya sin más “dilatación” al lío.
Carabanchel, años 80. Casi todos los chicos jugábamos en el equipo de fútbol del barrio. Ya, ya sé, no era cuestión de sexismo, es que había muy pocas chicas y no había liga (de fútbol) para ellas todavía. Jugábamos en distintas categorías, desde los más pequeños hasta juveniles. Y también nos llevamos algún que otro pelotazo.
Para comprar las equipaciones había diferentes alternativas.  Que cada uno se comprara la suya, lo que provocaría un cierto desconcierto en el equipo rival y en el nuestro por llevar diferentes colores y modelos. Quitárselas a los equipos contrarios y jugar con ellas. Comprarlas en una tienda de equipaciones deportivas para que nos equiparan con las equipaciones correspondientes. Recurrir al patrocinio, por ejemplo ir a Telefónica (no existía Movistar todavía) y ponernos la foto de un teléfono fijo en la camiseta o por último vender papeletas de lotería.
Optamos por la opción “loterística”. Allí íbamos todos intentando vendernos entre nosotros las papeletas, pero no funcionaba bien, era como cambiarnos cromos. Y teníamos que pedir ayuda a amigos, familiares, en el colegio, en el trabajo de nuestros padres… menos en la cárcel, en todas partes.
Y la cosa no funcionó demasiado mal. Vendimos todas las papeletas y conseguimos una cantidad de dinero suficiente para que no pareciéramos el ejército de Pancho Villa y hacernos pasar por un equipo de fútbol decente. Hasta los porteros podrían tener su propia camiseta y no jugar con la parte de arriba del chándal… e incluso más bonita que la del portero mexicano (nada difícil por cierto).
El encargado de recaudar todo el dinero era uno de los chicos del barrio… Y lo recaudó todo. Enterito. Pero en vez de guardar el dinero para las camisetas decidió que se lo iba a gastar en sus cosas. Nunca supimos en qué se lo gastó. 
Y aquí es donde entran los políticos y por qué deberían pasarse por Carabanchel para aprender alguna que otra lección. El padre de nuestro amigo al enterarse de que su hijo se lo había gastado, lo primero que hizo fue devolver el dinero, comprar las camisetas para los diferentes equipos. De su hijo, no volvimos a saber nada hasta dos años después. Vivo seguía, porque le vimos después. Pero lo más lejos que salió de casa fue para ir al instituto. Y rapidito, si no quería que se alargara el castigo.
¿Os imagináis que alguien se quede con el dinero de todos? Eso está muy feo ¿verdad? Y lo que tendría que hacer es devolver el dinero, y pasarse una temporada castigado. Diría incluso más. Como les hemos elegido para que gestionen nuestro dinero, y les pagamos por ello, no deberían poder seguir haciéndolo. ¿Quién se va a fiar de alguien que toma lo que no es suyo?
Probablemente la lección no es únicamente para los políticos… Dudo mucho que nos hagan caso, y no creo que ninguno de ellos lea este blog. Somos todos los que deberíamos aprender algo de Carabanchel y del padre de mi amigo. Ya que entre ellos no se castigan, deberíamos ser nosotros los que hiciéramos todo lo posible para que aprendieran la lección. Robar está muy feo, lo haga quién lo haga, ya sea de tu partido, de tu pueblo, tu amigo, tu hijo o quien sea… ¿Por qué les dejamos que se lleven lo que es nuestro?... Y además, ¿les pagamos por ello?
Realmente no he hablado de política, ni siquiera de políticos, sino de intentar explicaros que todos somos responsables de lo que pasa alrededor. Y estamos dejando todo en manos de irresponsables. Hasta aquí mi indignación…
No puedo prometer que ya no me voy a indignar más, pero sí, que no os voy a dar la turra. Porque en esta vida se puede hacer de todo, menos dar la turra.
Y la próxima semana, no hablaremos de ni de los políticos, ni de malos rollos, ni siquiera del gobierno, aunque nos lo digan Tip y Coll.



Comentarios

  1. ¡Qué razón tienes, Javier! Yo creo que en las manifestaciones, en vez de reclamar aquello por lo que se ha salido a la calle, bastaría con llevar pancartas que dijeran "que sepas que ya no te voy a votar nunca más". ¡A lo mejor funcionan...!
    ibb

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