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Así fue o podría haber sido

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¿Habéis recibido alguna vez un mensaje de WhatsApp de alguien que no conocéis? ¿Nunca? Un chico me había conocido en una discoteca y quería volver a verme. Le había dicho que me llamaba Susan. Y ahí le tenías, buscando a Susan desesperadamente. Estuve a punto de llamarle y quedar. Pero resulta que nos habíamos visto en un garito de Houston. Claro, ahí teníamos un problema. Típico de Houston. El caso es que, como ya sabéis, yo no me llamo Susan y nunca he estado allí (eso no lo sabíais). Así que tuve que declinar la oferta. En otra ocasión me escribieron para comprarme un reloj. Que yo al mío le tengo mucho cariño, pero es que me ofrecían 10.000 francos suizos. Lástima que no tengo ningún Rolex a la venta. Otros me escriben para cambiarme de compañía. Con lo que me gusta a mí la compañía que tengo. Que no les cambio por nada del mundo. Buena gente, amigos de sus amigos y siempre están ahí. O aquí. Según el momento. Ya me entendéis. Pero esta semana, me pasó una cosa notable. He

Pues parece que “refregca”

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Aparte de una frase para entablar conversación en el ascensor, el frescor significa que ya hemos llegado a ese fatídico (mola esta palabra) momento en el que las mujeres hacen el cambio de armario.  Para los que no estéis familiarizados con esta época del año, tenéis mucha suerte.   Pasamos a la explicación. El cambio de armario no es que vayas a ver a los amigos suecos, compres unas cuantas tablas y una llave Allen y te pongas a hacer el susodicho (palabra casi tan fea como exquisita o ambrosía), armario.  Por supuesto, un hombre de verdad lo hará sin necesidad del manual de instrucciones.  Tampoco significa que tengas que mover el jodío armario. Se trata de cambiar lo que hay dentro del armario (que os lo tengo que contar todo).  Cuando parece que “refregca” (se nota que soy de “Madrí”) llega ese momento.  Se guarda la ropa de verano en el trastero, en cajas, en otro armario (al que le sobren)… Advertencia, esto del cambio es aplicable únicamente a las mujeres.  Para nosotro