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Así fue o podría haber sido

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¿Habéis recibido alguna vez un mensaje de WhatsApp de alguien que no conocéis? ¿Nunca? Un chico me había conocido en una discoteca y quería volver a verme. Le había dicho que me llamaba Susan. Y ahí le tenías, buscando a Susan desesperadamente. Estuve a punto de llamarle y quedar. Pero resulta que nos habíamos visto en un garito de Houston. Claro, ahí teníamos un problema. Típico de Houston. El caso es que, como ya sabéis, yo no me llamo Susan y nunca he estado allí (eso no lo sabíais). Así que tuve que declinar la oferta. En otra ocasión me escribieron para comprarme un reloj. Que yo al mío le tengo mucho cariño, pero es que me ofrecían 10.000 francos suizos. Lástima que no tengo ningún Rolex a la venta. Otros me escriben para cambiarme de compañía. Con lo que me gusta a mí la compañía que tengo. Que no les cambio por nada del mundo. Buena gente, amigos de sus amigos y siempre están ahí. O aquí. Según el momento. Ya me entendéis. Pero esta semana, me pasó una cosa notable. He

¿Seguimos de fiesta?

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¿Hay palabra más bonita que fiesta? A la altura de patidifuso/a o melifluo/a, pero no tengo muy claro qué significan. Así que me quedo con FIESTA. Como cantaba la añorada (otra palabra que estaría a la altura) Rafaella Carrá, Fiesta, qué fantástica, fantástica esta fiesta… Os dejo la versión italiana, aunque no lo sepan pronunciar correctamente y digan Festa, ma che bella, ma che bella questa festa… Cuando todo el mundo se va, yo vuelvo. Como Chenoa (desconozco su plan de vacaciones, pero decía algo parecido en una canción). Eso, que he vuelto. Con fiestas y vacaciones por medio. No os podéis imaginar lo ocupado que se llega a estar en vacaciones. Me ha dado tiempo a ir a la playa, a la piscina, a hacer deporte, comer, cenar, desayunar, y volver a comer y cenar de nuevo. Que os creéis que todo es diversión, regocijo y algarabía (toma ya, el léxico que manejo). O que la única preocupación es decidirte entre el chipirón a la plancha o los chopitos. No, amigos. También se sufre yend

Rafaella Carrá bailando un pasodoble en un Tractor Amarillo o la música en las bodas

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La música es una de esas cosas de las que todo el mundo entiende. Da igual que te guste la clásica, seas un yeyé con el pelo largo, e incluso si disfrutas con la Oreja de Van Gogh. No me voy a poner a juzgar si disfrutas jugando con orejas de señores difuntos. Todos creemos que tenemos buen gusto musical. Pasa como con la ropa. Tú te pones unos leggins de leopardo (no os recomiendo que le quitéis los pantalones al bicho… y al leopardo tampoco) y una camiseta ajustada y vas tan elegante como para ir a un concierto (en algunos puede que tengas problemas para entrar… y para salir), o salir de compra, o incluso ir a una boda. Que a las bodas va gente muy elegante. Seguro que causas sensación. A lo que iba. Que estábamos hablando de música y bodas. Ya puede ser el enlace de los Altomontano-Quijoso de los Valles con los Gil de Biedma-Oriol (por poner apellidos largos, que esta gente suele tener pasta) o la boda de la Jenny con el Yonatan. Siempre hay el mismo tipo de música.