Así fue o podría haber sido

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¿Habéis recibido alguna vez un mensaje de WhatsApp de alguien que no conocéis? ¿Nunca? Un chico me había conocido en una discoteca y quería volver a verme. Le había dicho que me llamaba Susan. Y ahí le tenías, buscando a Susan desesperadamente. Estuve a punto de llamarle y quedar. Pero resulta que nos habíamos visto en un garito de Houston. Claro, ahí teníamos un problema. Típico de Houston. El caso es que, como ya sabéis, yo no me llamo Susan y nunca he estado allí (eso no lo sabíais). Así que tuve que declinar la oferta. En otra ocasión me escribieron para comprarme un reloj. Que yo al mío le tengo mucho cariño, pero es que me ofrecían 10.000 francos suizos. Lástima que no tengo ningún Rolex a la venta. Otros me escriben para cambiarme de compañía. Con lo que me gusta a mí la compañía que tengo. Que no les cambio por nada del mundo. Buena gente, amigos de sus amigos y siempre están ahí. O aquí. Según el momento. Ya me entendéis. Pero esta semana, me pasó una cosa notable. He

Enterrando plantas

Os tengo que confesar algo. No es fácil enterrar una planta. Me explico. Fácil es, porque con echarles tierra encima y olvidarte, ya estaría. Lo difícil es ponerlas tierra y que vivan. Y a mí se me han muerto varias. Bueno, no pasa nada, diréis. Pero sí que pasa.


Es mucho peor que se muera una persona a que se muera una planta. Hasta aquí todos estaríamos de acuerdo. Igual es mucho decir lo de estar de acuerdo, que hay algunas personas que… Y las plantas, al fin y a la cabo nos hacen la vida mejor. Menos el brócoli, que es peor que la mayoría de las personas.

Empezaremos por el principio. Me gustan las plantas. Hasta el brócoli. No para plantarlo en casa y ponerlo en el salón, pero no le marginaría, ni por su color, raza, religión o su ideología. Pero hay otras más bonitas. Si me dan a elegir entre un puerro o un clavel, dónde va a parar, el clavel, aunque no sea rojo, rojo como cantaba Rocío Jurado, es mucho más bonito. Y queda mucho mejor para regalar. También es verdad que para hacer una vichisuá, bichi… una crema de puerros es más adecuado un puerro. O no, que todo es cuestión de gustos.

Después de estos minutos musicales, sigo con mi confesión. He matado algunas plantas. Accidentes. Nunca lo he hecho a propósito, lo prometo. Han muerto de muerte natural. Algunas por demasiada agua, otras por mucho sol y es posible que a alguna le hubiera llegado su hora. Que también las plantas se mueren de viejas. A mí los pensamientos no me duran mucho. Estoy hablando de las plantas, no de los otros pensamientos. Que sois muy mal pensados.

Se me han llegado a morir “cactuses”. Sólo un par de ellos, y es probable que el delito ya haya prescrito, y aunque sea un tema espinoso, tengo que admitirlo. Podría alegar que era en defensa propia, que más de una vez me pinché con ellos. No es que sean los seres vivos más agradecidos. Tú los riegas, hablas, les das tu cariño y amistad, y ellos te lo pagan así, pinchándote. Pero nunca se lo tuve en cuenta. Estoy convencido que no tenían intención de hacer daño. El caso es que se van apagando, pierden la alegría, dejan ser ellos mismo y se van. Ahora están en el cielo de los cactus.

Siempre se ha dicho que hay que hablar a las plantas, pero es que estas plantas son todas suizas, y no controlo todavía muy bien el alemán. Y mi italiano da, para pedirme un capuccino. También podría hablarles en francés. Si supiera francés. El caso es que tenemos conversaciones en inglés o en español y es posible que no me entiendan. Además, que yo tengo acento de Madrid. Tanto en español, como en inglés.

Luego está lo de las plantas de interior o de exterior. Son muy suyas las plantas con esas cosas. No les pidas que salgan de su zona de confort. Que a una margarita la sacas del campo y se enfurruña y no te creas que haces carrera de ella. O a un Poto. Dentro de casa, está en su ambiente. De ahí no se mueve. No es de ir de copas, ni salir a cenar por ahí. No es lo suyo. Le pones un poquito de agua y una serie en Netflix y más feliz que en brazos.

Una vez que vas aprendiendo a saber cuál es su sitio, cada cuanto echarles agua, que no les gusta la tortilla de patata, ni con cebolla, ni sin cebolla, hablarles en alemán, despacito y sin gritar, que eso asusta mucho, parece que me voy haciendo con ellas. Con algunas, no con todas, pero nos vamos entendiendo.

Con los bonsáis debo tener un poco de paciencia. No son muy de crecer y eso que ya tienen un año. Ni andan, ni dicen papá ni mamá. Ni siquiera en japonés. Y aunque he sido un poco crítico con los “cactuses”, tengo que decir que algunos se crían muy bien. Los tengo al lado de la tele y ni un mal gesto, ni una contestación, ni nada. Incluso alguno está ya bastante alto.

Algunas me dan un poco de pena. Con lo bonitas que son y les ponen nombres de señores mayores de pueblo. Hortensia, Jacinto, Genaro…. ¿O es Jenaro? ¿Mejor Geranio? Voy a ir pensando nuevos nombres para las mías que seguro que eso les hace sentir mejor. Por ejemplo, a la flor de Pascua que todavía está entre nosotros la llamaremos Jessica, que es un nombre mucho más actual y sirve para todo el año. La que está dentro del botijo de cristal, será Gasol, que ya está muy alta.

Ya os iré contando más sobre ellas. De momento cogemos unos días de vacaciones. A las plantas las dejaré en casa que aún no tienen edad de salir. A ver cómo se portan cuando no estemos en casa. Les traeré unas botellas de vino y un poco de jamón para que se curen, si están malitas cuando volvamos a casa.

En cualquier caso, las dejaré enchufadas para que tengan energía durante estos días… Porque las plantas necesitaban luz ¿Verdad?

 

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