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Así fue o podría haber sido

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¿Habéis recibido alguna vez un mensaje de WhatsApp de alguien que no conocéis? ¿Nunca? Un chico me había conocido en una discoteca y quería volver a verme. Le había dicho que me llamaba Susan. Y ahí le tenías, buscando a Susan desesperadamente. Estuve a punto de llamarle y quedar. Pero resulta que nos habíamos visto en un garito de Houston. Claro, ahí teníamos un problema. Típico de Houston. El caso es que, como ya sabéis, yo no me llamo Susan y nunca he estado allí (eso no lo sabíais). Así que tuve que declinar la oferta. En otra ocasión me escribieron para comprarme un reloj. Que yo al mío le tengo mucho cariño, pero es que me ofrecían 10.000 francos suizos. Lástima que no tengo ningún Rolex a la venta. Otros me escriben para cambiarme de compañía. Con lo que me gusta a mí la compañía que tengo. Que no les cambio por nada del mundo. Buena gente, amigos de sus amigos y siempre están ahí. O aquí. Según el momento. Ya me entendéis. Pero esta semana, me pasó una cosa notable. He

¿Nos vamos de terrazas?

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Quizá el término pueda llevar a engaño, pero ¿Cuándo os he engañado? ¿Cuándo me he inventado yo algo? Es posible que en algún post haya dicho algunas cosas que no eran del todo ciertas, que me haya inventado alguna cosa, que exagere un poquito o que haya maquillado la realidad. Pero hoy sí que voy a hablar de las terrazas. De las de los edificios, que todavía no estamos para salir de cañas. Aunque también te puedes tomar una cerveza, echar un cigarrito, salir a dar palmas, bailar, cantar… Hay terrazas en las que casi no cabe el cigarrito, y tiene que ser un baile más apretado que las tuercas de un submarino. Olvídate de marcarte un Dirty Dancing. Que a lo mejor tienes una de esas terrazas como los jugadores de fútbol. Que les da para entrenar, jugar con el perro y sus 18 hijos (los hijos del futbolista. Líbreme yo de hablar de las intimidades de los perros). Ventaneros sin fronteras Empezamos mal. Me propongo a hablar de terrazas y comienzo a hablar de los que